José Gabriel Fuentes

José Gabriel Fuentes

domingo, 5 de octubre de 2014

El despertar de los jóvenes hongkoneses




“¿Hay que hallar el seno o el coseno?”, pregunta Alison Wong, de 16 años, una chiquilla menuda, con coletas y unas gafas de pasta que le ocupan media cara, sin levantar la vista de su ejercicio de matemáticas. “El coseno”, le replica su amiga Phoebe Chui, de la misma edad. Están sentadas una junto a otra, concentradas en hacer sus deberes escolares, mientras ante ellas pasan voluntarios que ofrecen botellas de agua, lazos amarillos (símbolo de la protesta prodemocrática) o toallas húmedas para aguantar el calor. Otros gritan “Leung Chun-Ying, dimisión” para exigir la marcha del impopular jefe de Gobierno autónomo hongkonés.


Antes de que comenzara la campaña de desobediencia civil convocada por el movimiento Occupy Central y los grupos estudiantiles, la política no les interesaba ni lo más mínimo. Hoy Alison y Phoebe exponen con la fluidez de un activista veterano sus motivos para participar en las marchas que vive Hong Kong desde hace una semana. “No queremos una tiranía en Hong Kong. Queremos libertad y queremos luchar por ella. China y Hong Kong son demasiado distintas. No queremos tener un sistema como allí, queremos poder decidir nuestros propios asuntos. Queremos una democracia verdadera, con elecciones libres, poder decidir nuestros propios candidatos y que se tenga en cuenta nuestra opinión”, afirman. No van a olvidar la campaña de desobediencia civil. Aunque terminen las manifestaciones seguirán interesadas en la política del territorio autónomo.

“No queremos una tiranía en Hong Kong. Queremos libertad y queremos luchar por ella. China y Hong Kong son demasiado distintas", dice una adolescente.

Toda una generación de hongkoneses, la de los jóvenes entre los 15 y los 30 años, antaño ajena al activismo político, ha adquirido una concienciación que hubiera parecido impensable hace un año. Y probablemente no haya vuelta atrás. “Es un nuevo movimiento social. No surge de la manera tradicional, a partir de un partido político o una esfera de poder. Mucha gente se ha sumado porque simpatiza con las ideas del movimiento” pro democrático que encabezan Occupy Central y las organizaciones estudiantiles, señala Ivan Choy, profesor de Administración Pública de la Universidad China de Hong Kong.
Son los jóvenes los que, de manera abrumadora, han acudido por decenas de miles a bloquear el centro de Hong Kong, y otros puntos de la ciudad, para exigir la dimisión del jefe del Ejecutivo autónomo y reclamar una reforma electoral que permita unas elecciones completamente libres, bajo sufragio universal y designación ciudadana de candidatos.

“Mis padres piensan que las protestas van a ser un desastre  para las finanzas”, dice una estudiante

Muchos ni siquiera están aquí con el apoyo de sus familias. Los padres de Christina, una estudiante de Físicas de 20 años, y de Cindy, de 17 años y estudiante de Biología, no saben que sus hijas vienen a las marchas. “¡Uf! Si lo supieran, tendría un problema”, confiesa Christina. “No están de acuerdo en absoluto con todo esto. Creen que los líderes estudiantiles nos han comido el coco. Ellos piensan que esto va a ser un desastre para las finanzas de Hong Kong y les importan más la economía y la estabilidad”, explica.Los mismos jóvenes que se han organizado en cadenas para mantener las calles ocupadas libres de basura. Que han montado puestos de primeros auxilios y de reparto gratuito de vituallas. Que han establecido puntos de reciclaje de los desechos. Y que aprovechan los tiempos muertos para ofrecerse gratuitamente como traductores, dar masajes para las piernas cansadas, o impartir tutoría de matemáticas. Otros confeccionan los lazos amarillos que señalan el apoyo a la causa de la revolución de los paraguas.

La generación de sus padres, en general, es menos entusiasta hacia las manifestaciones. Cuentan con empleos estables e hipotecas. Vivieron los tiempos de la colonia británica, en los que tampoco había elecciones libres. Sus hijos se han criado en un mundo más globalizado, con pleno acceso a la cultura occidental, y han desarrollado un sentido de identidad como hongkoneses. Sienten que tienen poco en común con los chinos continentales, a los que ven, con mayor o menor razón, menos cultivados, con una mentalidad mucho menos flexible. La creciente presencia en Hong Kong de ciudadanos e intereses chinos les suscita suspicacias. Les achacan problemas como la carestía de la vivienda —un hongkonés dedica de media un 70% de su sueldo a pagar su piso— o los problemas para encontrar plazas en los centros educativos.
El profesor Chan Kin-Man, uno de los líderes del movimiento Occupy Central, se declara orgulloso de los jóvenes. “Me han sorprendido”, señala. El objetivo de su movimiento, recuerda, era no sólo presionar en favor de unas elecciones libres, sino concienciar a los hongkoneses sobre la necesidad de luchar por sus derechos y participar activamente en política. “Nosotros somos meros profesores universitarios, sin más conexiones políticas que el resto de la gente. Pero estábamos dispuestos a correr riesgos, y esperábamos mover a otros. Y la gente ha respondido y ha venido”.
Pase lo que pase, la cultura política de Hong Kong difícilmente será la misma de aquí a 10 años. “Ha llegado una nueva generación de líderes estudiantiles que desempeñará un papel muy importante en el proceso político. Traerá una nueva manera de hacer política. Son más participativos, más conscientes de sí mismos”, considera el profesor Choy.

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